Un espacio donde pretendo volcar y compartir algunas manifestaciones propias y ajenas de raíces artísticas, culturales, espirituales. Y fusionarlas entre si. Todo intercambio es bueno. Que el día más triste de tu futuro no sea peor que el día más feliz de tu pasado.
miércoles, 4 de junio de 2014
UN CUENTO DE INFANCIA
Nací el 13 de julio de 1985 en Concepción del Uruguay. Mi madre Adriana y mi padre Sergio. Mis primeros dos meses los vivimos en el campo en cercanías de San Cipriano. Luego nos mudamos a un kilómetro de Caseros sobre la ruta 39. Allí vivimos durante trece años. La llegada de mi hermana Estefania fue a cuatro días de cumplir mis tres años, osea el 9 de Julio, como siempre escuche decir, "más independiente que ella no hay".
Empecé jardín en el pueblo, el primer día recuerdo al notar que mis padres me dejarían, comencé a llorar sin parar, así que el primer día no me quedé. El segundo si, algo me habían explicado y algo había entendido. Viajaba todas las mañanas en colectivo que debía esperarlo en la ruta bien temprano, aunque mi horario de ingreso era a las 9 de la mañana. Me quedaba con la maestra en la sala una hora jugando en la alfombra, solo. Esa hora era la mejor porque tenía para mi los mejores juguetes, los que más me gustaban. Hasta que llegaban mis compañeritos que colgaban su bolsita y se acercaban a tomar los juguetes que estaba usando y los compartíamos.
A la hora de formar para izar la bandera, yo estaba ubicado ante último, ya que era uno de los más altos.
Recuerdo no tener buena pronunciación de la R lo cual era símbolo de burla, esa burla inocente pero que lastima.
Me gustaba mucho pintar, dibujar, y sobre todo cuando nos leían cuentos. También jugar con plastilina y ni hablar de soplar con una pajita las temperas de colores sobre las hojas blancas.
Pero lo mejor de todo para mí siempre fue el desayuno, ese chocolate caliente con facturas todas las mañanas, o casi todas. Era sin dudas lo mejor del jardín.
Dos años pasaron hasta que me separe de varios compañeros, al empezar el primer grado en la escuela Privada Justo José de Urquiza,(católica).
Allí las cosas no cambiaron mucho me gustaba la primaria pero todas las mañanas al dejar la mochila era recibido en el aula con alguna sorpresa de los chicos del grado superior, así pase la primaria año tras año. Interprete que debía hacer lo mismo con los chicos de los grados inferiores pero nunca me llamo la atención. Fui rebelde, seguro, también algo mentiroso, típico de la edad.
En esa edad en mi casa, dibujaba bastante, tomaba revistas que tenian muchos dibujos y los copiaba en la misma escala, también recuerdo que tenía un librito del Principito y me gustaba reproducir sus ilustraciones en un anotador, los hacia con lapicera y cuando me equivocaba el corrector que usaba era cinta de tela blanca y volvía a trazar mejor la línea del dibujo.
Mi madre además de ser ama de casa, trabajaba en las oficinas de una planta de incubación cerca del Palacio San José, y mi padre cuidaba una granja, la del gringo Tournoud, además de tener nuestra propia granja de pollos.
También teníamos una variedad inmensa de animales y mascotas, que solo el campo puede ofrecerla, vacas, cerdos, patos, gallinas, pavos, conejos, tortugas. Huerta todo el año y toda la variedad de árboles frutales, los cuales conozco a todos desde arriba, me encantaba treparme a los árboles, y mi hermana trataba de imitarme, pero le costaba por que sus brazos y piernas eran más cortas que las mias, de ahí salió mi apodo de entre casa Mono, Monito, Monin.
A veces según la temporada, recolectabamos los frutos con mi hermana, yo me trepada lo más alto que podía y ella esperaba abajo que yo le arrojase las ciruelas, las manzanas, los higos. Nos divertiamos mucho. Recuerdo que más tarde el apodo también es dirigido a mi hermana “Mona” ya que un gran día logro por fin treparse al árbol de higuera, uno de los más bajos, igual no le agradaba mucho por que el líquido que despedían las hojas de la higuera nos hacia picar, ella se bajaba y yo quedaba un rato más haciendome el guapo. No nos gustaba dormir la siesta, así que después de comer lo primero que yo hacia era levantarme de la mesa e irme al patio, rumbiando para algún árbol, lógicamente mi padre caminaba hasta donde yo estaba trepado y con dos palabras yo sabía que eran las últimas, me hacia bajar y a sestear.
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